Desde la vuelta a la democracia en 1983, Argentina ha estado marcada por una constante tensión política entre sus líderes y sus respectivas duplas presidenciales. La convivencia entre presidentes y vice presidentes ha sido, en muchos casos, conflictiva, y parece haber sido una característica distintiva de nuestra política. Si bien la "grieta" —ese abismo ideológico y político entre la sociedad— es una expresión contemporánea… ¿Podría decirse que los conflictos en la relación de las duplas presidenciales es uno de sus orígenes?

La democracia en Argentina se restableció con Raúl Alfonsín como presidente y Víctor Hipólito Martínez como su vicepresidente. Aunque la relación entre ellos fue cordial en los primeros momentos, las diferencias ideológicas y las tensiones internas del radicalismo hicieron que se distanciaran rápidamente. Alfonsín terminó gobernando con una figura de vicepresidente interino, lo que evidenció el primer gran quiebre institucional de la democracia moderna.

En los años siguientes, con el pragmático Presidente Carlos Menem se alió con un histórico del peronismo, Eduardo Duhualde, para llegar al poder. Los problemas no tardaron en llegar y se profundizaron por las diferencias entre ambos. Tal es así, que para su segundo mandato Menem completó la formula con Carlos Ruckauf. Ya en 1996, los conflictos volvieron a estar presentes: estos choques de personalidades y estrategias no solo evidencian las luchas internas dentro de los partidos, sino también la lucha por el poder en una democracia inmadura que aún no lograba consolidar un entendimiento claro de los roles dentro del Ejecutivo.

Sin dudas, el caso más emblemático se dió en el gobierno del radical Fernando de la Rúa, quien para las elecciones de 1999 completó la formula con Carlos Alberto “Chacho” Alvarez, proveniente del peronismo y luego del FREPASO. Esta alianza derivó en una verdadera catástrofe: antes de completar un año de gestión, el Chacho Álvarez presentó su renuncia indeclinable y fue el comienzo del fin de dicho gobierno, que desembocó en una de las crisis más grande de nuestra querida Argentina.

Otro ejemplo de estas tensiones fue la relación entre Néstor Kirchner y Daniel Scioli. Aunque en apariencia eran una dupla que compartía una ideología similar, las diferencias en la manera de ejercer el poder se hicieron evidentes con el tiempo. Kirchner fue un presidente de estilo personalista y autoritario, con una marcada voluntad de imponer su agenda; mientras que Scioli, más moderado, fue relegado en el ejercicio de poder y tuvo que adaptarse a la dinámica de una relación presidencial jerárquica y poco horizontal.

Durante la primera Presidencia Cristina Fernández de Kirchner quien decidió compartir dupla con el Radical Julio Cobos (en una clara estrategia de conveniencia política para traccionar votos y ganar la elección), tuvo su punto de alta tensión cuando con la crisis del campo en 2008 el Vicepresidente y Presidente de la Cámara de Senadores termino votando en contra de los intereses el gobierno con su famosa frase: “Mi voto no es positivo”. En su segundo mandato Cristina completó formula con Amado Boudou, con origen en la Ucede, y si bien parecía una relación estable, la grieta se produjo cuando su Vice fue procesado y luego condenado por los delitos de cohecho pasivo y negociaciones incompatibles con la función pública en el caso Ciccone.

La fórmula que menos dio que hablar en términos de fracturas internas fue la que en 2015 ganaron las elecciones; Mauricio Macri y Gabriela Michetti que derrotaron en segunda vuelta con una ajustada victoria de 51,4% contra el 48,6% de Daniel Scioli y Carlos Zannini.

Más recientemente, la relación entre Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner ha sido un claro ejemplo de cómo las diferencias internas dentro de una misma coalición pueden minar la estabilidad de un gobierno. La vicepresidenta, con su fuerte base de apoyo, ha ejercido una influencia determinante, a veces por encima de la figura del presidente, lo que ha generado tensiones y, en varios momentos, crisis políticas.

La tensión entre los líderes, tanto en la historia del siglo XIX como en el siglo XX, ha dado forma a una sociedad polarizada, con poca capacidad de consensuar grandes acuerdos nacionales. En este sentido, los conflictos dentro de las duplas presidenciales no son una simple anécdota de gestión, sino que son manifestaciones de una estructura política y social fragmentada. La falta de confianza, la pugna por el poder y la falta de acuerdos sólidos dentro del sistema político refuerzan, de alguna manera, la polarización social, por otro lado, es importante reconocer que la grieta no es solo producto de las relaciones conflictivas dentro del Ejecutivo, sino también de la naturaleza de la política argentina, que ha sido históricamente competitiva y confrontativa. El Presidente Milei y su Vicepresidenta, Victoria Villarruel, parecen decididos a ir en ese triste e histórico camino.