Cambio y Fuera
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Solidaridad

Verte feliz es todo lo que hacemos por ti

Por Javier Luzuriaga

12 de agosto, 2021

cover image - Verte feliz es todo lo que hacemos por ti

Como esas aguas profundas que debajo de la tierra, en el fondo de los laberintos rocosos, nunca han visto la luz del sol y, sin embargo, reflejan un resplandor sordo que no se sabe de dónde viene, aspirado tal vez por el centro enrojecido de la tierra, a través de capilares pedregosos, hacia el aire negro de esos antros ocultos y de los que unos vegetales pegajosos y comprimidos siguen extrayendo su alimento para vivir allí donde toda vida parecía imposible.

(Albert Camus)

A Moni y a Jor, lxs conocí el año en que ellos dormían en la entrada de un banco que estaba a una cuadra de mi casa. Casi todas las mañanas me lxs cruzaba cuando llevaba a mis hijas al colegio. Cuando lxs saludaba, las chicas me preguntaban de dónde lxs conocía. Yo les contaba que también me los cruzaba en el fondo de la villa 31 donde trabajaba. Allí ellxs iban a consumir y yo, junto a un grupo de alfabetización de adultos, llevábamos las primeras ollas para la ranchada que paraba entre los conteiner que están detrás de la Facultad de Derecho de la UBA. 

Las chicas se encariñaron tanto con ellos, que cada vez que no estaban me lo marcaban como recordándome que no dejara de buscarlos. Incluso alguna que otra noche, ellas me pedían que les llevásemos la comida que acabábamos de cocinar. A lo que feliz accedía y allí partíamos con nuestro táper. Táper que descargábamos en una improvisada bolsa o botella que rápidamente Jorge encontraba en algún tacho y convertía en plato para la cena que felices agradecían y bendecían.

En aquellos primeros encuentros, a ella le encantaba contarme que estaban juntos desde los 15 años y cómo, en Plaza Constitución, lo había encarado y se lo había levantado.

— Y, bueno, nosotros tratamos de encerrarnos temprano porque la policía nos re verduguea ahora. Durante el día también, nos quieren pegar, nos echan de donde estamos. Así que, bueno, vamos a tratar de salir adelante un poco, ¿no?

La necesidad de Jorge, sin que le preguntase nada, de hacer referencia a las fuerzas de seguridad y la preponderancia que tendrán a lo largo de toda la entrevista no hace más que poner de manifiesto una de las realidades más dolorosas que marcó su vida como la de tantas pibas y pibes que viven en la calle.

Cuando ellos vivían, bajo unos improvisados cartones a metros de la estación Saldías, a Jorge le tocó comerse uno de los tantos garrones de su vida en el que nadie va a reparar ni devolverle el año y ocho meses que injustamente se comió en cana.

A raíz de una discusión con un vecino que lo acusaba de haberle robado una garrafa, la policía sin la menor prueba en su contra más que vivir en la calle y ser condenado de antemano por cualquier delito que se cometiese en sus inmediaciones, lo detuvo y llevó a Devoto. Las vueltas de la vida quisieron que fuese estudiante del Módulo 5, en donde yo trabajaba a cargo de aquel grupo. Lo primero que me impresionó de aquel reencuentro fue el cambio de fisonomía en su aspecto y en su rostro. Hasta ese momento, una de las cosas que más lo caracterizaba a él eran sus rastas y en ese reencuentro aparecía frente a mí, con su cuaderno y la cabeza toda rapada. Cambio que por respeto nunca me animé a preguntarle si se lo había hecho voluntariamente. De aquel año y ocho meses en que estuvo separado de Moni, toda nuestra relación se basó en lo que yo le pudiese comunicar a ella y ella, a través mío, a él. Primero, mediante cartas y luego, cuando fue trasladado al penal de Río Negro, por medio de mi celular. Llamadas que sonaban en mi teléfono de lunes a lunes a toda hora preguntándome si sabía algo de ella. 

Mientras tanto ella, entró en una depresión y deterioro de la que siempre lo hacía culpable a él. Cada vez que me la cruzaba en el Comedor, primero lo puteaba por haberla dejado sola y después me preguntaba si sabía algo de él. Lo mismo hacía cuando lograban hablar por teléfono, ella lo insultaba de todas las formas que podía y cuando me devolvía el teléfono, Jorge siempre me decía lo mismo: “Cuidala hasta que yo vuelva a salir y que Dios te bendiga por todo lo que hacés por mí”. Por mi parte, no solo no podía cuidarla sino que cada día que pasaba se ponía peor e incontrolable.

—  Che, ¿y esta situación del coronavirus les afectó? ¿Se nota la diferencia, ustedes la están viviendo?

— Sí, es mucha la diferencia. No podemos salir ni a pedir, no podemos salir con el carro, en el hospital te discriminan mucho si tenés VIH como anoche a mí que tuve que ir ahí. Sí, se re siente la diferencia, es triste, muy triste la situación. Estamos con los pocos chicos que vienen al comedor, pero no es lo mismo—  lamenta Moni.

Cuando hace unos años me tocó acompañar a Moni a la guardia del Hospital Fernández, me enteré junto ella que tenía VIH. Si bien no quedó ese día del todo claro si sabía previamente de su enfermedad, lo que estaba clarísimo es que Jorge no sabía y estaba por enterarse a más de mil kilómetros de distancia. 

Al hospital llegamos con un cuadro en el que ella se retorcía de dolor sin poder identificar la causa.. Su estado de deterioro y consumo era absoluto. No podía hablar ni registrar lo que le decían, por lo que la enfermera me pidió que la ayudase a quitarle la poca ropa que le quedaba. Ropa que la enfermera sin consultarle tiró directamente al tacho de basura, por lo que se quedó completamente desnuda, tapada con una improvisada sábana de friselina que la hacía temblar de frío.

A los pocos días que nos dieran los resultado de los estudios, primero Moni y después la doctora (con total naturalidad ambas), me contaron que ella tenía VIH. Eso hacía que el cuadro que presentaba tuviese un riesgo mortal para ella. Hasta ese entonces, si bien conocía gente con VIH, nunca había tenido que acompañar a alguien que conociera tanto. Todos los fantasmas y la desinformación que tenía me posicionaban en un lugar de no tener la menor idea qué hacer ni decir. Por suerte, Moni marcaba la cancha y su única preocupación era contarle a Jorge con quien estaba incomunicada. En realidad, si bien la incomunicada era ella, quedaba la posibilidad de que Jorge se comunicase con alguien del comedor, en el momento que estuviese con ella. A priori, uno podría pensar que comunicarse al hospital era menos probable, pero a las matemáticas, Jorge las desarmaba con su persistente amor e inmenso deseo de estar cerca de ella. Y así fue que, mientras yo estaba junto a la cama de Moni, sonó el teléfono indicando que el llamado provenía del servicio penitenciario. Cuando Moni escuchó la voz de esa grabadora me arrebató el teléfono y sin ningún prurito le comunicó la noticia de su enfermedad. Su preocupación era avisarle para que se hiciera los estudios con la esperanza de no haberlo contagiado. Al devolverme el teléfono, la voz de Jorge ya no era la misma aunque su preocupación sí lo era: “Cuidala más que nunca Javi, y que Dios te bendiga.” 

—  A veces, la misma gente que es de la villa y que nos conoce hace años nos ayuda a nosotros, como los carniceros, los verduleros... El otro día en el Playón nos quisieron pegar los policías y saltó un carnicero, una doña en la verdulería y nosotros estábamos pidiendo para comer, no es que estábamos robando ni nada sino que íbamos para comer y bueh... Gracias a Dios, la gente que nos conoce nos ayudó a poder conseguir ese día para comer; cocinamos a la noche y comimos ocho personas en una ollita gracias a Dios—  dice Jorge.

A veces (las menos), a lxs pibxs que viven en la calle, la vida les hace un guiño y por un ratito, les devuelve algo de todo lo que les robaron. Así fueron los días que con el equipo logramos que Jorge y Moni viajaran a Entre Ríos, a los pagos donde Jorge nació y en donde todavía vive su familia. Cuando lxs pibxs dejan el Fondo, puede responder a dos causas: un deseo de abandonar definitivamente esa vida o tener un problema en el que su vida está en riesgo y tienen que dejar el barrio. La más frecuente es la segunda, y lxs chicxs no fueron la excepción el día que decidieron irse a Entre Ríos. Ante esa necesidad, el equipo no dudó un instante en comprarles los pasajes para que se fueran. Le armamos la medicación a Moni para que alcanzara varias semanas y con el compromiso de hacérsela llegar cuando estuvieran instalados. A los días de estar conviviendo con la familia de Jorge, Moni nos grabó un video disfrutando del campo. Parecía una película soñada. Nadie podía creer las imágenes y lo bien que se los veía. Corría por un campo lleno de arboles frutales mientras nos relataba todo lo que la ponía feliz. Aquella primavera duró lo que dura un suspiro. Una vez de vuelta, nos enteramos que en Entre Ríos Jorge siguió tomando como tomaba acá, y eso reavivó viejos problemas con su familia por lo ya lo habían expulsado hacía muchos años y, ahora, una vez, más tuvo que abandonarlos.  

—Tengo un dolor en el alma... —suspira Moni sin que nadie le pregunte nada.

El 18 de marzo de 2020, dos días antes de que comenzara el aislamiento social, preventivo y obligatorio, me llegó este mensaje del doctor del Hogar de Cristo que atiende a Moni.

“Hola Javi, yo le venía contando a Jochi un poco, la realidad es que la medicación que toma Moni no la compró más el estado. Yo le había juntado dos o tres meses de medicación de lo que ella estaba tomando y eso se terminó y la única opción que tenía para cambiársela era que se haga unos estudios. La mandamos tres veces con las órdenes y ella no se los quiso hacer. Entonces, la realidad es que no tenemos forma de entregarle la medicación a Moni. Por más de que tengamos forma, ya sabemos que la que está tomando ahora le está haciendo más mal que bien porque está haciendo desastres, y hacer desastre significa que le fallaba. Así que esta medicación definitivamente está fallada. No sé qué decirte. O sea, si tenemos que pensar otra estrategia con Moni, tiene que ser cuidada, porque de ahora en adelante no tenemos más medicación y para autorizarle una nueva necesitamos un montón de estudios. Esa es la realidad con Moni. Cosa que va a ser un gran problema porque de ahora a lo que nos espera es que ella empiece a bajar las defensas hasta que vuelva al hospital. La chance de no hacer eso es que organicemos un día que me venga a ver y yo le cuente cuáles son los pasos y que sean estrictos, porque te vuelvo a decir, la mediación que ella tomaba ya no la compró más el Estado; pero no para Moni, no la compró más el país. No existe y no le podemos cambiar a Moni su medicación sin algunos estudios. Así que, por de pronto queda suspendida.

—¿Y cómo se la están arreglando para juntar plata, para las changas que solían hacer cuando salían con el carro?

—Reviso la basura dentro de la villa y lo que consigo lo vendo, lo limpio y si lo tengo que lavar, lo dejo que se seque y lo vendo y a través de eso sobrevivimos– dice Jorge.

— Está dura la mano porque no podemos salir afuera. Nada... lo que hacíamos antes no podemos hacer nada. Y ahora la policía se lleva a los pibes. Acá abajo no vienen mucho a molestar a los containers, pero cada vez que salimos para el playón y esos lados la policía atrás tuyo "que hay paradores, que te vamos a llevar preso, que tienen que cumplir la cuarentena". Pero si nosotros estamos en situación de calle, la cumplimos, estamos encerrados acá abajo— agrega Moni.

—Yo creo que en los paradores es más contagioso porque hay mucha gente de la calle y a veces la misma gente de la calle no sabe si está contagiada o no... para mí los paradores no es una buena idea. Prefiero estar encerrado en un container con mi mujer tranquilo.

Otro encierro que les tocó compartir a la distancia fue cuando Moni tomó la decisión de internarse. Todas las veces que la llamaba, Jorge le rogaba que saliera de los containers mientras él no estaba. Sabía lo peligroso que era para ella, aunque la mayor de las veces no lo escuchaba. Pero vaya uno a saber qué se alineó en la vida de Moni por aquellos días en que nos pidió internarse. Quizá, Moni estaba harta de sufrir todas las humillaciones a las que son sometidas las pibas en los containers y por otro lado tenía un sueño hermoso: recuperarse, ponerse linda (como le gustaba decir) para esperar que le dieran a Jorge la libertad y empezar de nuevo cuando saliese. 

Partimos para allí sin dudarlo un instante. La comunidad que conseguimos estaba en el campo, en medio de la nada. El día que la acompañamos para su internación, sabíamos que sus días de permanencia allí, estaban contado. Sin embargo, no perdíamos la esperanza de que fueran muchos. Nuestra intuición, lamentablemente, no fallaría: a la tercera discusión que tuvo en la comunidad, decidió irse. La cantidad de kilómetros que la separaban del pueblo tampoco fue impedimento para que desistiera: agarró su bolso y caminó más de 10 km hasta llegar a la estación que la trajo de vuelta al fondo. 

—Y si tuvieran que pedir algo, ¿qué pedirían para este tiempo?

—Que venga más comida al comedor porque está viniendo más gente—responde Moni.

— Eso lo pedimos nosotros, vos pedí para vos—  le advierto.

— Ah, bueno... Pediría ropa. Lo que más deseo es tener ropa y un buen calzado porque esto da asco (señalando unas imitación de crocs arruinadas).

— Yo pediría... pediría... que el gobierno me ayude para poder alquilar una pieza y tener a mi mujer tranquila y no estar dependiendo, durmiendo con un ojo abierto, uno cerrado que vengan a abrirme el container y me caguen a palos. Porque la semana pasada, estaba la policía y acá a la noche paró el patrullero frente al container y ... "Manga de negros de mierda, enciérrense en el container si no los vamos a cagar a palos”, decían. Por qué, qué derecho tienen a decirnos así... Ellos tienen casa, nosotros no, es la realidad. Son malos. Nosotros no tenemos nada.

— Al Enano lo quisieron picatear el otro día.

— Con la picana le quisieron dar.

— Sí, al Enanito. Estaba durmiendo donde están los bolsones y vino la policía y lo querían picanear. Si no saltan los vecinos por nosotros... Nos re verduguea la policía.

— Ahora va venir la gendarmería dicen, ¿no?... Va a ser peor eso, va a ser peor... si la gendarmería no tiene corazón. Es peor que la policía.

— Peooor, mucho peor, igual que los militares.

— Esos te agarran, te suben te llevan y andá a saber a dónde parás. Ese es mi miedo porque... a Mónica se la llevan a un parador por acá al Bajo Flores y a mí me llevan a un parador de provincia... y qué, vamos a estar en cuarentena y no vamos a saber nada.

Quizás, el momento más emblemático de la historia de Moni para mí, fue la tarde en que estaba con mis hijos y me llamaron de urgencia desde el comedor. Cuando atendí una de las cocineras, sin explicarme mucho, me pasó con un policía que me decía con voz de pocos amigos: “Flaco... ¿Vos sos Javier? Acá hay una chica que está poniendo en riesgo la vida de la gente y dice que hasta que vos no vengas ella no va a salir. No sé si podrás venir pero si no estás acá en 10 minutos entramos por la fuerza.” 

Sin entender del todo lo que estaba pasando, dejé a los chicos y volé para el comedor. Cuando llegué, el fondo estaba totalmente revolucionado por la presencia de muchos vecinos que curiosos se formaban tras el cordón que había armado la policía. En la puerta, Moni se había amotinado con una cuchilla grande al grito de “hasta que no vengan Cati o Javi no salgo”. Como no pudieron ubicar a Cati, ahí estaba yo con un poco de miedo sin tener muy claro que hacer frente a ella que se encontraba totalmente sacada.

Nadie había podido calmarla, por lo que, con la cuchilla en mano, empezó a ponerse cada vez más violenta. Primero, parecía un chiste, pero cuando se dieron cuenta de que no jugaba, empezaron a salir de a uno hasta que se quedó sola con las ollas en el fuego. El policía que me recibió, con muy pocas pulgas, me volvió a decir: “Flaco, no podemos perder más tiempo, la sacás o la sacamos nosotros.” Cuando me vio, algo en su rostro cambió. Debo reconocer que el tamaño de la cuchilla, no me era indiferente, y ante el grado de alteración en el que estaba, podía pasar cualquier cosa. Sin embargo, con un juego de miradas cómplices, nos fuimos reconociendo y ella me invitó a entrar. Mientras pasaba, le pedía que dejara el cuchillo. Lo hizo una vez que estuve adentro con ella  a solas. Allí nos fundimos en un abrazo en el que no paraba de llorar mientras balbuceaba: “No puedo más”.  

— Que Dios te bendiga, Javi.

— A vos también. Gracias, Moni.

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